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Diario YA


 

Martillazos contra la historia

Manuel Parra Celaya. Tomo el título prestado del editorial de La Vanguardia de Barcelona (27-II-15), en el que su director, Màrius Carol, manifiesta su protesta por el destrozo de las esculturas del Museo de la Civilización de Mossul perpetrado por los fanáticos del E.I. Usando de una cita de Balzac (La ignorancia es la madre de todos los crímenes), califica el hecho, con toda razón,  de disparate, violación de la historia y atentado a la civilización.
    Y el sentimiento es unánime para toda persona mínimamente culta; todos nos hemos sentido afectados por las escenas, que son parejas a la de los asesinatos en directo o a aquellas que mostraban la destrucción de un cementerio inglés y que culminaban con el derribo de una gigantesca cruz de piedra que velaba el descanso de los allí enterrados. Por cierto, cruz, no obstante, más pequeña que la de nuestro Valle de los Caídos, también permanente objetivo de los intransigentes, fanáticos e ignorantes de estos lares…
    Pero me llamó la atención que precisamente fuera La Vanguardia, rotativo que otrora se distinguía por grandes dosis de objetividad y rigor periodístico y ahora propagadora a ultranza de los proyectos soberanistas de la Generalidad del Sr. Mas, la que, por mano de su director, insertara ese título y esos comentarios. No guardo constancia en mi memoria de que ese periódico protestara jamás de otros martillazos o golpes de piqueta contra la historia que se han ido dando en Barcelona, para no ir más lejos. Como, por ejemplo, cuando la réplica de la nao Santa María, anclada en el puerto y propiedad de la Diputación, fue incendiada por tratarse de un símbolo españolista del descubrimiento de América; por cierto, que jamás se buscó ni se localizó a los desconocidos que perpetraron el incendio. Tampoco se llevaron a cabo pesquisas, ni La Vanguardia se indignó, cuando destruyeron a golpes de mazo la cruz que recordaba a los asesinados en la carretera de la Arrabasada.
    O, por seguir con los ejemplos barceloneses, tampoco hubo editorial de protesta cuando el Ayuntamiento derrocó el Monumento a los Caídos de la Diagonal, tras varios atentados, con explosivos, incluyendo la magnífica estatua de Clarà que lo presidía. O, para no alargarnos con los múltiples casos de violación de la historia, cuando el ínclito alcalde Clos quiso estar en primera línea de los espectadores que contemplaban el derribo y destrucción del monumento a José Antonio Primo de Rivera, obra del arquitecto Jorge Estrany Casany y del escultor Jorge Puiggalí Clavell, que había sido erigido por suscripción popular.
    Alguien puede argumentar que los casos mencionados no tienen parangón con lo ocurrido en Mossul, ya que, en este caso, se trataba de un patrimonio de toda la humanidad y que, en los golpes de martillo de Barcelona los destinatarios eran símbolos políticos que podían incomodar a sus adversarios; pero la barbarie es la misma: se trata de borrar la historia.
    Otro tipo de atenuante que seguro que La Vanguardia aduciría es que el separatismo catalán no asesina (si descontamos los episodios de Terra lliure, alguno de cuyos componentes figuran hoy en partidos parlamentarios de este signo); es evidente, pues en la Cataluña actual, de momento, solo se realizan parodias, como la caza del español llevada a cabo en los carnavales de Solsona recientemente, o el simulacro de fusilamiento de un edil del PP por los trabucaires de Cardedeu… Todo ello muy divertido pero sintomático, para no remontarnos a crímenes lejanos de los que quería dar fe aquella Cruz de los Caídos, objeto de la saña de las brigadas municipales.
    Justificaciones para los fanáticos  las hay para todos los gustos; permítanme traer aquí una perla al respecto, entresacada del libro Barcelona en diagonal de Lluís Permanyer, donde, con referencia el monolito de la Diagonal, este autor afirma textualmente sin ningún rubor, refiriéndose a la época franquista, que “cada vez que algún demócrata combativo quería hacer estallar un explosivo para llamar la atención” lo hacía en este monumento (del que, por cierto, se ha eliminado la estatua de la Victoria que lo presidía, que sustituía a la que representaba a la II República que no se destruyó por los franquistas y que ahora se ha entronizado en otro lugar).
    Maravillosos estos demócratas, que, en la oposición (relativa) colocaban explosivos y, una vez en el poder, perpetran atentados contra la historia a martillazos y golpes de piqueta del Ayuntamiento.
                                                                     
 

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