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Diario YA


 

POR LA “DESESCALADA” HACIA LA “NUEVA NORMALIDAD”

Manuel Parra Celaya.
    ¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas!, pedía nuestro poeta, empecinado, no solo en su particular e intransferible ortografía, sino sobre todo en encontrar la palabra cabal y exacta, dictada desde la profundidad en el pensamiento y desde la belleza en la creación poética.
    Ya sabemos también que a los pueblos no los mueven más que los poetas, y nada más opuesto a la inteligencia y a la poesía tan exigentes de Juan Ramón Jiménez que el extraño y curioso dialecto que emplean nuestros gestores de la cosa pública y los gacetilleros a su sombra, y que fue calificado como politiqués por la agudeza de Amando de Miguel hace algunos años.
    No voy a referirme, por archisabidas, a las aberraciones lingüísticas y las cursiladas sin cuento del lenguaje políticamente correcto y a su uso y abuso inclusivo, ese que se está imponiendo por decreto a todos los ciudadanos y que pretende chantajear incluso el buen hacer de la Real Academia. Tampoco, en prurito de actualidad, al empleo mostrenco de lo patriótico con clara intención denigrante y ofensiva hacia las Fuerzas de Seguridad; ya sabemos que todo lo relacionado con la patria pone de los nervios a esta tropa.
    Circunscribo mi comentario de hoy a dos extravagantes neologismos que han popularizado las pláticas sabatinas del telepredicador Pedro Sánchez desde que tomó conciencia de la amenaza del coronavirus, es decir, desde que comenzó esta situación que ha sido descrita agudamente por alguien -en exacta técnica conceptista que no iguala ni nuestro Gracián- como la peor circunstancia imaginable bajo el peor gobierno posible. Estas expresiones chirriantes son desescalada y nueva normalidad.
    Todos saben qué es una escalada, aunque no practiquen el deporte montañero; el diccionario de la RAE nos dice que consiste en subir, trepar por una gran pendiente o a una gran altura; incorpora también un sentido figurado: Subir, no siempre por buenas artes, a elevadas dignidades. Permítanme que me ciña al sentido primigenio para no caer en la fácil tentación de poner nombres y apellidos…
    Siguiendo con el montañismo, si la ascensión no precisa de especial técnica ante las verticales o no es preciso el uso de medios materiales, podemos emplear el galicismo, muy asumido, de grimpada. Una vez que el montañero ha llegado a la cima deseada, desciende de la misma para volverse a sumergir en el mundanal ruido; puede hacerlo utilizando la técnica del rappel (otro galicismo) o, en el caso de una grimpada, desgrimpando, usando de manos, pies y buen tino. Pero nunca desescalando, que nos sugiere la visión peregrina del que baja a los valles al modo de una lagartija, esto es, cabeza abajo. No existe, pues, ninguna desescalada para referirse a la operación que sigue a la dura ascensión.
    Ya que estamos metidos en galicismos, podemos decir que los señores Sánchez, Illa, Muñoz y demás asiduos de las cámaras han cometido una estúpida boutade con nuestro idioma, que siempre es capaz de enriquecerse con aportaciones de otros idiomas, pero no con necedades.
    En cuanto al retorno a una nueva normalidad, empecemos por afirmar que se trata de un completo oxímoron, y nada poético, por cierto. Volviendo a la Madre Academia, encontramos que normalidad es la cualidad o condición de normal, y, de esta, dícese de lo que se halla en su natural estado o que sirve de norma y guía. Así, lo correcto sería asegurar que volveremos a la normalidad, pero el adjetivo de nueva proporciona, por venir de quien viene, un tono de siniestra amenaza.
    ¿Quiere decirse que la situación en que desembocarán confinamientos o reclusiones (a elegir) será otra, distinta a la que estábamos viviendo en los meses previos a que la OMS o nuestros políticos fueran conscientes de la amenaza?
    Una nueva normalidad tiene diversas lecturas, y ninguna de ellas referida a un mejoramiento de las personas en orden a la solidaridad o a la conciencia de su levedad humana. Si lo referimos a lo social y económico, puede ser equivalente a paro galopante, empobrecimiento y miseria -aun con ingreso vital mínimo-, a destrucción del tejido empresarial y, en el mejor de los casos, a endeudamiento perpetuo. Si aludimos a lo político, puede significar un diferente marco legal, un retorno al pasado, a un enfrentamiento entre los españoles, a una pérdida de libertades, a un resquebrajamiento de la integridad nacional o, más sencillamente, a la desaparición paulatina de España como nación y su transformación espuria en un Estado Confederal con otro nombre.
    Ojalá que eso de la nueva normalidad se resuma en otra boutade lingüística. En todo caso, como se decía al principio, viene a ser todo lo contrario de una inteligencia que proporcione el nombre de las cosas y de una poesía que prometa el resurgimiento de esta comunidad histórica llamada todavía España.
 

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